¿Interpretaciones que no valen?

Hace tres días publiqué en el blog una entrada titulada El jazmín, en ella narraba de manera muy simbólica situaciones personales de la vida. Unas situaciones que necesito escribir como un ejercicio para ponerlas en orden y poderlas analizar, pero que por lo personal del asunto no quería explicar con profundidad de detalles. Así que opté por una fórmula simbólica o metafórica que a mi me permitiera explicarme.

Pero es cierto que hacerlo así abre la puerta a múltiples interpretaciones. A diferentes escenarios en función de lo que cada uno sepa de mí y aquello que pueda imaginar que me esté pasando por la cabeza.

Es a partir de esa situación que he llegado al punto de preguntarme quien es realmente el propietario de un escrito, o en su caso de una pintura, escultura o cualquier obra artística con voluntad de transmitir algo. Pero no tanto el propietario en sí de la obra físicamente, sino de aquello que nos transmita. Y es por eso que me pregunto ¿La interpretación posible de esa obra es sólo aquella que albergaba en su cabeza el autor? ¿Cabe la posibilidad que en la interpretación del lector se halle también un significado válido a lo contado?

Esa realidad me ha llevado a mis años en el instituto, en concreto al año en que cursé COU. Me acuerdo de mis profesores de literatura y de sus comentarios a cada examen en el que se trataba de analizar una poesía o un fragmento de una novela. Venían a decirme algo así como que estaba muy bien escrito, con una explicación clara y ordenada pero que no se correspondía con lo contado en clase, que no me ceñía a lo que ellos querían leer.

Resulta que, ya en aquellos tiempos, me daba por cuestionar la versión oficial del significado de los poemas o de las novelas o, en el caso de historia del arte de las obras pictóricas o las esculturas. Y me enfadaba con mis profesores. Ellos se empecinaban en explicarnos el significado y yo les pedía insistentemente que lo que debían enseñarnos era como se llegaba a esa conclusión, que lo importante no era saber qué significaba aquella obra sino en qué debíamos fijarnos en cualquier obra para entender, realmente, el significado. Pero como ellos no me hacían caso, pues yo me fijaba en aquello que para mi era importante y, ante un examen, no me memorizaba lo que ellos habían contado (en realidad ni tan siquiera lo tenía apuntado) y, por tanto, no les soltaba lo que ellos esperaban sino aquello que a mi me transmitía lo leído. Afotunadamente, tuve la suerte de que en sus exámenes no me penalizaban (en exceso), pero me insistían repetidamente en que de cara a la selectividad me limitara a contar lo que ellos explicaban en clase. Pero como ya os podéis imaginar no fue así.

Recuerdo que en el examen de literatura catalana, en el que había dos ejercicios, uno era un comentario de texto sobre un fragmento de un clásico de la literatura catalana: Mirall trencat de Mercè Rodoreda. Tenía muy claro, porque me acordaba, que en aquel fragmento había una interpretación psicoanalítica muy al uso en aquellos tiempos. Y la hice, la expliqué justificadamente, no a la babalá, la argumenté con detalles y aportando las razones que me llevaban a aquella conclusión. Pero al corrector no le sirvió, no conté lo que venía en los manuales.

Y me enfadé, no lo duden. Vaya si me enfadé, y de hecho el recuerdo de aquello aún me enfada. Pero no por la nota, en realidad, a mi la nota me trae sin cuidado. Lo que me molestó y me sigue molestando es que sólo haya una interpretación posible de cualquier obra de arte. Cuando además en muchas ocasiones no tiene porque ser la del propio autor, que quizá jamás la haya manifestado, si no de alguien, que vale, sí, tiene muchos estudios en la materia, pero que digo yo que la literatura no será ciencia y, por tanto, la subjetividad de cada uno también debería tenerse en cuenta. Porque creo que aquí está la riqueza de cualquier obra artística, la capacidad de transmitir e impactar a cada uno de formas distintas.

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